miércoles, 6 de octubre de 2010

Tomás barrón en la hora del destino

Sujetados talvez a la idea del fatalismo, los pueblos sojuzgados por los españoles observaban solamente los atisbos de libertad en todo aquello que estaba lejos de los territorios, se admiraba y se envidiaba la libertad que gozaban los Estados Unidos y algunos países europeos, y no se aceptaba otra cosa más que el azar que había sometido a la mayor parte del Nuevo Mundo a la circunstancia de una existencia dominada. Se había vivido en una especie de disminución de la cualidad ciudadana. Por influjo de las presiones ibéricas, los habitantes se habían colocado en una situación de empequeñecimiento moral como súbditos de un déspota monárquico, que desde el interior de su palacio lo gobernaba todo. El único recurso había sido disimular el desagrado, e incluso esconder las acciones que no gustaban, o se persuadían de que cualquier levantamiento había conducido tarde o temprano a la misma anterior situación de impotencia. La concepción fatalista estaba presente en todo momento. La desazón se aumentaba, razonando con los criterios de la religión, enseñada por los mismos colonizadores, de ahí que los fatalistas llegaban a ser aún más esclavos en el orden político.

Las conjeturas de criollos y mestizos tomaban más cuerpo cuando se encadenaban a pensamientos colectivos, especialmente de lugares que anteriormente ya habían intentado rebelarse, pero no como una prueba que se repetía, sino como una indagación posterior de que otros intentos tuvieron mejores situaciones aleatorias. Los habitantes de Charcas, casi al unísono, se dieron a la tarea de buscar datos de sucesos, normas históricas de otros países, allí donde la razón hubiera hecho concebir métodos de vida en libertad, y que la experiencia hubiera originado el abolir la manifestación del destino.

En la primera década del siglo XIX, los hacendados de Oruro no podían explicarse la merma progresiva en sus negocios. La adquisición de productos comestibles del valle disminuía. Los terratenientes ya no confiaban en las garantías que daban los mineros, pues el pago de sus deudas se retrasaba ostensiblemente. Desde la sublevación de los habitantes de Oruro en 1781, las rentas descendían como si la Corona al no recibir los impuestos acostumbrados hubiera cerrado el ingreso de los intereses económicos; sin embargo, los aportes que llegaban de provincias aledañas iban aumentando el valor de las Cajas Reales que guardaban los tesoros de meses anteriores. A éstas se dirigía la codicia de los caudillos indígenas de las provincias también descuidadas, los que consideraban que la proeza mayor era el ataque a las villas y caseríos donde radicaban los blancos, desde que Túpac Amaru había demostrado el uso efectivo de las tácticas guerreras.

Corría el año de 1810. El Cabildo orureño era un compendio de irresoluciones, y no contando con fuerzas suficientes para defender las regias propiedades pidió a Nieto, Presidente de la Audiencia de Charcas, el envío de tropas regulares. Debía primar la defensa del tesoro real, que era el elemento primordial de la actividad española en estas comarcas. No sólo era la vida orureña, sino de muchos asentamientos en la extensa provincia de Paria que se sentían amenazadas por la ojeriza nativa, pues se iba creando la conciencia de un conflicto de representaciones y ambientes de propiedad. La posibilidad abstracta de provocar rebeliones no parecía tener obstáculos.

El gobernador de Cochabamba, José González Prada fue el encargado de responder a la villa de Oruro enviando en agosto de 1810 doscientos soldados de caballería y cien de infantería fuertemente armados y bajo las órdenes del coronel Francisco del Rivero y sus lugartenientes Esteban Arze y Melchor Guzmán Quitón, que devolvieron la tranquilidad a los pobladores porque consiguieron que los cabecillas sospechosos Titichoca y Jiménez Mancocápac huyeran al haberse puesto precio a sus cabezas, lo que facilitó la labor de los oficiales recién llegados para cobrar los tributos para la realeza.

El Alto Perú ya conocía la disposición de los elementos patriotas, que adquirieron los ideales provenientes de las provincias del norte de Sudamérica y de las Provincias del Río de la Plata, de seguir en el cinturón de los españoles pero abonando la expectativa de rebelarse contra las autoridades apenas les permitieran las oportunidades y las comunidades de bienes. Se aprobaban las órdenes reales mientras no modificaban la cierta liberalidad que habían ganado los regionales. Se seguiría vivando al rey, para que, cuando surgiese un resquicio, se formaran juntas locales del tipo y estatutos de la Junta de Sevilla, refractaria por derecho propio a las decisiones arbitrarias llegadas de Napoleón, que mantenía preso al rey Fernando VII.

No era necesario que los caudillos patriotas filosofaran, en esos días en que los heraldos de la libertad avanzaban desde el norte y el sur. Tenían cerca a sus percepciones los resultados materiales de tropas insurgentes que estaban en marcha. Todos los sucesos anteriores habían ido trabajando el determinismo de la revolución. La dirección no la aproximaba a los intentos de juegos políticos locales, ni a la ubicación de modalidades de comodidades regionales. Era un sistema de libertad que se habría generado en el pensamiento de Chuquisaca, y de ahí, madurado en los grandes núcleos de población. El sentimiento práctico de aquélla era provocar en el seno mismo de la necesidad, un progreso hacia la libertad. La explicación historiográfica está en relación con los antecedentes cronológicos, sus motivos y sus móviles. Y la manifestación sólida aparece cuando las circunstancias imprevistas legitiman los hechos de los actores.

Probablemente esos tres personajes cochabambinos, llegados a Oruro tenían oídas aquellas postulaciones. Los misterios en la historia del mundo quedan puestos entre paréntesis al juzgarse la naturaleza humana, y aquellos días fueron los escogidos porque aparecían entonces las inquietantes preguntas siguientes. Si cuando estuvo el Tcnl. Rivero hospedado en Oruro ya estaba confabulado con los patriotas locales, o fue en estos días que cedió sus grados y méritos en los ejércitos ibéricos a fin de convenir planes para hacer vencer el símbolo de la libertad en su tierra. ¿En Oruro lo estimularon para que diera el gran paso patriótico? ¿Uno de sus lugartenientes le animó a ello? ¿O es simplemente que intervino el destino, y, como siempre, las circunstancias hicieron modificar los pareceres de los hombres? El 5 de septiembre debía partir una compañía para engrosar la fuerza española que tenía que combatir a los rioplatenses, pero la totalidad de soldados abandonaron el cuartel y marcharon forzadamente de regreso, contrariando las órdenes recibidas; Del Rivero retornó aceleradamente a Cochabamba para hacer culminar la asonada del 14 de septiembre derrocando a las autoridades reales.

Oruro, que vivía en la estrechez económica, exigió a sus representantes en el Cabildo que tomaran resoluciones decisivas. Las asambleas, cuando epilogaron las discusiones en la tarde del 6 de octubre, acordaron desoír las instrucciones del Presidente Vicente Nieto y no formar filas nunca jamás bajo los pabellones de los chapetones. El Ayuntamiento fue el escenario arrebatador del amotinamiento que el Regidor José Mariano del Castillo temía de consecuencias incontrolables. La gente lanzaba “vivas” a la patria sin comprender tal vez los límites nuevos que esta noción adquiría.

El subdelegado de Hacienda y Guerra, Tomás Barrón fue el líder de la oportunidad, seguido por el Alcalde Ordinario de primer voto José Antonio Ramallo. Por el contrario, José María Sánchez Chávez, contador oficial, se había hecho conocer desde antes porque abundaba en recados al arequipeño José Manuel Goyeneche, que comandaba los ejércitos españoles, para que, debido a los sucesos, viniese a imponer el orden en las provincias altoperuanas. La algazara callejera no consiguió que este tesorero quebrantara el juramento que hizo al comienzo del año de cumplir fielmente su función, resistió las peroratas agresivas, no se conmovió con las amenazas y, finalmente, con un atrevimiento increíble huyó pensando en salvar las arcas que llevó consigo. Pero él, y la presunción de su honradez, no llegaron lejos, pues los alcanzaron en La Barca. Los problemas pueden resolverse en prisa, mas el acontecer de las naciones requiere de calma, como la que Tomás Barrón desplegó en los días de las necesidades públicas.

La perentoriedad existía en la vigencia de otro aspecto. El ejército auxiliar argentino, con el comando de Balcarce y Castelli, avanzaba sobre los primeros kilómetros de la puna. Los españoles movían las sanguinarias tropas de Goyeneche desde La Paz para enfrentar a la temeridad extraordinaria de los patriotas orureños que alentaba la esperanza de servir sus ideales en la lucha y se disponían a marchar para contenerlos. Por otra parte, a fines de octubre llegaron a Oruro los jinetes de Rivero y Arze desde Cochabamba, esta vez plenamente en el bando de la libertad, con órdenes de ir al encuentro del ejército rioplatense para reforzar sus filas. Cuando llegó la noticia del triunfo argentino en Suipacha el 7 de noviembre, ambas fuerzas optaron por marchar al Norte.

El 7 de octubre se descubrió que los regidores Sorzano, Unanue y Contreras habían salido a la escapada de Oruro para evitar ser cómplices de delito contra la Corona. Lo que dio lugar a que se llamase a un nuevo Cabildo, el mismo que confirmó a Tomás Barrón como Gobernador indiscutible, reconoció la legalidad de la Junta de Gobierno de Buenos Aires presidida por el potosino Cornelio Saavedra, el apoyo al gobierno de Cochabamba con Del Rivero, y la organización de milicias para defender lo ganado hasta ese momento.

Sobre Barrón se pueden hacer diversas consideraciones para juzgar su acertada intervención en esos acaecimientos espinosos. No embozamos que nuestras apreciaciones nacieron al observar el proceder reservado del héroe después del 6 de Octubre, y su distanciamiento en los preparativos belicosos antes de la batalla de Aroma. Queremos deducir la psicología partiendo de un personaje que no dejó detalles de hechos presuntuosos.

Si alguien ocupa un cargo administrativo y de dignidad es porque cumple con sus obligaciones. Él estaba en el puesto, anteriormente a ese mes de octubre, nombrado por las autoridades vigentes. El destino irremediable determinó que los vínculos se fracturasen porque hubo una razón noble, superior a los anteriores conceptos que le afirmaron en el cargo.

No resulta suficiente atribuirse un poder cualquiera, sin otra forma de desarrollo, para adquirir tal poder como por obra de magia. Una cosa es considerarse libre y darse por satisfecho -con lo que nada se alcanza-; y otra diferente consiste tener la voluntad de ser libre y empeñarse por conseguirla. Queremos decir que la libertad no se halla fácilmente, sino que es un fin, una idea que está metida, o se va realizando paulatinamente, en la mente, y repasando las etapas de un determinismo regular.

Para que Barrón tomase fervientemente un nuevo camino, insólito en aquellas circunstancias cambiables de la política sudamericana, es que ha tenido que darse cuenta que en el fondo de su espíritu yacía una vocación de ser solidario con su gente, de haber ignorado una teoría, después convincente, y de poseer esa índole de mover ajustadamente las herramientas que la sociedad le exigía para comprender un ideal nuevo, o, quizás después de un severo acto de conciencia, para inclinarse a unos fines dignos, rompiendo con las creencias, no sopesadas antes. Y tomar la resolución de derribar las estructuras acostumbradas, abrir los diques de su propio razonamiento y, actuando en consuno con su conciencia, iniciar un episodio que encajaría en la felicidad de la patria y la justicia de la Historia.

Esa Historia en que terciaron las huestes peninsulares y sus tropelías para cambiar la monotonía de un continente, pero en el que se dieron cita los lustros de innovaciones y revueltas para recién reordenar el camino existencial, impelidos también por los personajes férreos que se entregaron vivamente durante los siguientes dieciséis años a la causa. El 22 de octubre esta autoridad recibió al Gobernador de Cochabamba Francisco del Rivero con el que analizaron la situación en el territorio de la Audiencia de Charcas, a la que consideraban en vías de liberación porque el ejército auxiliar argentino se desplazaba a las ciudades más importantes prácticamente sin oposición. Estaba lejos de sus mentes el conocer lo que el futuro les deparaba al siguiente mes cuando orureños y cochabambinos enfrentarían al ejército español que venía de La Paz. Ellos representaban el sentir de los pueblos que querían ser autónomos. La unanimidad es un don de Dios que confió a los hombres para que se sintieran iguales al exponer sus propósitos. Los que fueron conquistados en épocas de inermes, expusieron posteriormente sus razonamientos y su valor en las batallas para cambiar las posturas multiformes, presionadas por los elementos foráneos, de los habitantes nativos. Era la temporada en que los aires de libertad se desplazaban abiertamente en el altiplano.

Terminamos, con frases de Marcos Beltrán Morales (M. y C. de Gamarra, editores, Oruro 1944) que escribió el “Paralelo Histórico”, como homenaje a este mes de libertad. “Octubre, lleva su raigambre en la inspiración cívica de los doctores de la Universidad de Chuquisaca, en el hondo sentimiento que produjo el sacrificio de los protomártires de La Paz (1809); en la unidad de acción libertadora de la capital del Virreinato de Buenos Aires y del pronunciamiento de Cochabamba (1810) que se acordó y planeó en Oruro, anticipadamente […] Octubre con los sones lanzados desde la torre grande, anunció el desarrollo consciente y gradual de un nuevo orden de cosas hasta el lleno definitivo de sus aspiraciones de emanciparse de España…”.

(*)Miembro Titular de la Sociedad Boliviana de Escritores y de la Sociedad Boliviana de Historia


Batalla librada entre bandos contrarios

No hay comentarios: