lunes, 1 de noviembre de 2010

RASGOS DE LA NOBLEZA EN LA FUNDACIÓN DE ORURO

Si bien en España gobernaba un monarca (gobierno de uno solo), la disposición política en las Colonias, con la existencia de los virreinatos, hizo estatuir un tipo de aristocracia (gobierno de los mejores), cuyo significado era cercano a nobleza, pero no como sinónimos. El significado de la palabra Noble es conocido, deriva de nobilis y ésta de cognoscibilis: conocido. El que una persona fuese noble se relacionó con ser hijo de padres conocidos por sus virtudes, en el ejercicio público de la autoridad. Por lo tanto la nobleza se aplicó a un número reducido de seres. El concepto de nobleza se modificó con las épocas y las regiones. Los conceptos, griego de eupátridas (buenos padres) y el romano patricios, pasaron al pensamiento occidental del Medioevo, y de allí a la España conquistadora. Prácticamente todos los países europeos contaban con noblezas. Podía ser noble el que había servido al rey en las guerras, haber sido ministro o gobernador, hijo legítimo de antepasados hidalgos, había casado con su igual y tener propiedades, preferentemente mayorazgos.

La nobleza de la Colonia provino del mismo estatuto jurídico del que surgió esa jerarquía española. Los primeros aventureros que llegaban de la península traían cualidades las más contrarias a aquélla. Era gente sin educación ni respeto a sus semejantes; considerados como aventureros osados. Más tarde apareció un tipo especial de nobleza que se conoce como hidalguía, en el que el hidalgo o fijodalgo es hijo de alguien, de algún conocido. Los conocidos generalmente habían surgido en las luchas contra los moros y según las leyes se ganaba el título por sus acciones de armas.

El rey se convirtió en fons honorum, fuente de honor, que tenía el poder soberano de otorgar grados de nobleza. Durante la conquista del Nuevo Mundo el rey creaba títulos, otorgaba alcurnia a quienes le parecía, y empezó a otorgar mayorazgos y encomiendas. El primero era un título de carácter perpetuo, o señorío, que creaba un régimen patrimonial y sucesorio especial, el mayorazgo, además de los privilegios y exenciones de que gozaba. Las encomiendas eran el encargo hecho a una persona de ocuparse del cuidado y evangelización de determinado número de indios a cambio de aprovechar su trabajo o sus tributos, el resultado llevaba al enriquecimiento del beneficiario; y generalmente se adjudicaba a los fieles servidores del rey en las batallas. Antes de la Conquista los pueblos prehispánicos tenían un sistema nobiliario que subsistió al ser asimilados por España, los cacicazgos, se fusionaron con los mayorazgos, reconociendo la organización social previa. Desde la Antigüedad, era costumbre que el Estado conquistador reconociera la organización previa del Estado conquistado y se conservaran formas sociales como la nobleza, que retenía tierras y personas. Este dominio fue reconocido por España según la conveniencia del caso, siempre y cuando se mantuviera una relación de vasallo a señor entre los conquistados y el nuevo rey o su representante. Además de los hidalgos a fuero de España, se dieron, con el poblamiento de América, los hidalgos a fuero de Indias. Por eso es que los conquistadores fueron aceptados como hidalgos, aunque muchos de ellos lo fueron ya de sangre por su nacimiento.

Recordemos la diferencia de años entre las fundaciones de Chuquisaca, La Paz y Oruro. Un capitán de Pizarro, Pedro de Anzúrez, hizo la primera entrada hacia el Oriente, pero su operación fue desastrosa y al regresar fundó la ciudad de Chuquisaca al pie de los cerros Churuquella y Sicasica el año 1538. Alrededor del 1544 se efectuó una lucha a muerte entre españoles, en las guerras civiles del Perú, pero volvió la paz después de muchas alternativas bélicas, y fue el capitán Alonso de Mendoza el fundador de Nuestra Señora de La Paz, en el pueblo de Laja el 20 de octubre de 1548. Desde ese día hasta la fundación de la villa de San Felipe de Austria pasaron 58 años. Tiempo suficiente para que en los dos, primeramente indicados, núcleos de población se organizara un régimen de nobleza semejante al de España. Se piensa que en los virreinatos a que correspondían brotaron posiciones homólogas con las peninsulares, y que de allí se hubieran propagado a las ciudades.

Aunque la nobleza altamente privilegiada era la heredada, la principal o calidad excelente no era una clase social cerrada, a ella se podía acceder por el cumplimiento de cargos de gobierno y milicia. En la sociedad colonial se diferenciaba además a los candidatos a hidalgos y a los plebeyos, que podían alcanzar esa calidad por la capacidad para desempeñar funciones en los estrados de la audiencia, en el permiso de actuar como candidatos a alcaldes -aparte del regidor y un hombre noble de los vecinos, en quienes recaía la prerrogativa de ser designados directamente- oficiales o funcionarios que incluso podían trabajar en acciones para la iglesia. Existían pocos puestos y si la gratificación no era grande, se buscaba la exención de algunas gabelas. En 1606, ya estaba pacificado el territorio de Charcas, no podía haber conquistas, y por eso había disminuido la dispensación de franquicias y libertades de hijosdalgo, que se conseguía solamente en los oficios públicos, el lustre y el crédito en una función nombrada por la Corona; se requería por otro lado que no se practicase oficios bajos, artesanales o mecánicos. Hasta ese entonces los méritos de los conquistadores fueron premiados con la adjudicación de tierras o funciones disimuladas como vitalicias.

Por la dinámica social y la presión económica al dominar el comercio, las tierras y, especialmente, la minería, la nobleza regional fue acrecentándose, pues ya no se necesitaban los títulos cuando el dinero mostraba su valor. Este juego de poder fue el que originó la fundación de la Villa de Oruro por la Audiencia de Charcas, cuando se consideraba que pertenecía al Virreinato de Lima. La nobleza, de mayor o menor calidad, de la Audiencia, determinó que uno de sus miembros llegara rápidamente a la región litigante para fundarla como Villa de San Felipe de Austria, escribiéndose el nacimiento de una villa que ya existía anteriormente. El nombre altisonante de ésta aparentaba la legalización de nobleza. Se trata pues de ver si en La Plata existía una nobleza con estamentos definidos, y si, considerando los antecedentes y producción de San Miguel de Oruro, llegó parte de la nobleza para la fundación.

Los grupos que determinan la fuerza real de poder pueden ser reconocidos o claramente negados; pero las realidades sociológicas deben analizarse para que el legislador determine su vigencia. En La Plata existía una jerarquía establecida por normas del rey, desde España, y otra que se fue formando por las influencias sociales y por las profundas creencias religiosas. Militares, profesionales, obispos, que habían sido enviados al Nuevo Mundo, velaban por los intereses reales, y organizaban nuevos grupos de poder, adecuándose a las necesidades de cada región. Es que la cultura aristocrática europea había sido trasplantada y pretendía ser un centro de irradiación moral, religiosa, estética, por la mediación de los criollos ennoblecidos, los teólogos, los funcionarios de la Real Audiencia y los hombres de empresa. Estos últimos, apoyados por la Iglesia, y mejor si contaban con algo que hiciera patente su linaje. La vida práctica en la Audiencia de Charcas se ha debido ver supeditada a un constante afán de buscar un ascenso en el nivel nobiliario, que le proporcionara halagos, honores e ingresos económicos fáciles.

Se ganaban dignidades cuando se aprovechaba de los puestos honoríficos eventuales que permitía al miembro a ocupar un lugar prominente, a organizar fiestas civiles y religiosas, que se efectuaban con gran solemnidad y acompañadas de procesiones en las calles. Toda oportunidad que tenía el caballero para lucir sus condecoraciones y su ropaje suntuoso, toda coyuntura que le hacía ganar méritos. Ya se vería en la villa de Oruro que cada comienzo de año, significaba la ocasión para cumplir estos detalles, en la elección de nuevos alcaldes, y tenían a la disimulada que invertir dinero, pensando que de salir gananciosos sería con un usufructo, sin ocuparse de asuntos prosaicos como trabajar.

La aldea de San Miguel, ganando notoriedad, debía tener la aceptación legal de la Corona para que se pudiera enviar mitayos desde distintas regiones. Por entonces falleció el Virrey de Lima don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, y la Audiencia de aquella ciudad se hizo cargo del gobierno; la Audiencia de la Plata actuó entonces rápidamente para afirmar la soberanía sobre ese territorio. En los autos españoles se anotó: “...en nombre y con poder de algunos señores y personas que habían llegado al asiento de minas de Oruro, en que informaban haber en él mucha cantidad de minas de plata rica, que por ser de seguir y de gran consideración, es muy conveniente a nuestro Real Servicio, se les diesen indios de repartimiento para que trabajasen en ellas, y las beneficiasen […] por dicho nuestro Presidente e Oidores se dio comisión al capitán Gonzalo de Paredes Hinojosa, Corregidor de la Villa de Salinas Riopisuerga, para que fuese al dicho asiento y llevase consigo a Diego de Velasco, persona de conocimiento de minas y metales y viesen de la calidad […] y en virtud de la dicha comisión...” se decretó con los pasos legales del caso que en la aldea existente de San Miguel de Oruro se produjera la fundación de una villa con nombre nuevo para halagar al soberano Felipe III y evitar, bajo este real amparo, cualquier desentendimiento emergente de la osada fundación.

El Oidor de la Audiencia de Charcas, Licenciado Manuel de Castro y Padilla, con una Resolución dictada por ese Tribunal, y cumpliendo una obligación de nobleza, viajó a Oruro a fundar una villa española en un lugar próximo a las excavaciones que en 1595 habían descubierto la plata ya explotada por el imperio incaico. Recorrió con su cohorte de escribanos los cuatro cerros prometedores, observando interesadamente las minas y las vetas; determinó que los factores económicos, exigidos por la Corona para someterlos a su beneficio, estaban muy por encima del nivel requerido y resolvió cumplir el mandato de la Audiencia de Charcas, conviniendo en fundar una población al pie del cerro aparentemente más accesible “en nombre de la Santísima Trinidad Padre, Hijo y Espíritu Santo, y de su benditísima Madre la Virgen Santa María, a quien tomó por mediadora y patrona” (sic). Así devino el cerro Pie de Gallo en cuna de una villa que debería adaptarse a las disposiciones urbanísticas, de exploración y de gobierno, dispuestas desde centurias por las cortes españolas. Buscó el mejor terreno para fijar en ella la plaza central, alrededor de la cual debían levantarse, en el futuro, las casas de oficiales peninsulares y el Cabildo. En otras regiones repartió los solares para los distintos conventos de acuerdo con la antigüedad universal de las órdenes religiosas, para el hospital, y para los habitantes europeos las zonas periféricas. (A. Gamarra Durana: Panorama del acontecer heroico en Oruro. 1998).

Y fue que un miércoles 1º de Noviembre de 1606 este señor Licenciado, en sus altas funciones de Canciller Real de La Plata y miembro del Concejo del Rey Nuestro Señor, acompañado del capitán Francisco Roco de Villagutiérrez, Corregidor y Justicia Mayor de la aldea y provincia de Paria, y de muchos habitantes y llegados, se fueron en cortejo hasta la iglesia grande donde se dijo la misa del Espíritu Santo, con los cantos rituales acostumbrados y sermones. Allí, postrado de rodillas ante la cruz del Redentor, prestó atención proba a las exhortaciones del Vicario de Cristo y sobre todo al requerimiento final que decía: “Por las palabras de los santos cuatro Evangelios y por esta señal de la cruz, que hará (el Licenciado) a la población de la villa que al presente se funda en este asiento, como más convenga al servicio de Dios y de su Majestad, bien y conservación de los vecinos y moradores, conforme a su obligación y hará guardar todo lo que por razón de dicho cargo de poblador debe hacer cumplir, y si así lo hiciera Dios le ayude”. Juró solemnemente.

“Acabada de decir la misa, el preste bendijo el estandarte de damasco carmesí, con las armas reales, y le entregó al dicho señor Oidor”. (Entrecomillado es del Acta de Fundación). Con el alarde correspondiente subió a una explanada de la plaza, enarboló el dicho estandarte tres veces, y entregó la población nueva y sus áreas de influencia en total vasallaje a la corona española con esta proclama: “La muy noble y muy leal villa de San Felipe de Austria, por el rey don Felipe y por sus sucesores en la corona de Castilla y León y el Perú... la pongo debajo de la corona real con obediencia y vasallaje, reconocimiento y jurisdicción de la dicha corona de Castilla y de León”. Y mientras los espectadores, admiraban la opulencia de los trajes de los colonizadores y curas españoles, los peninsulares contentos por sentirse protegidos por las leyes, los originarios de esta tierra mohínos por la curiosidad y la desatención de un suceso extraño a sus costumbres, mandó alzar unos palos con los que se hizo una horca, y en uno de ellos hincó un cuchillo que representaba la espada del Gran Capitán Gonzalo Fernández de Córdova, en evidente simbología de posesión de conquista y de que ésta se mantendría insobornable con la eliminación inclusive de las vidas, ahorcadas o acuchilladas, de los naturales que se opusieran a ella.

El curioso hecho de que sobre una población ya existente, se fundase con pompa exuberante otra población, legal para la Audiencia, discutida por el Virreinato de Lima, descubre que esta fecha de 1606 es inoportuna para la historia. La insigne delegación de la Audiencia de La Plata cumplió con las funciones encomendadas: religiosas con el boato eclesiástico de una misa excepcional, la demostración marcial de la prepotencia del conquistador al actualizar en la Plaza las normas militares sobre los todavía sumisos habitantes. Actuaciones, declaraciones y símbolos, que impresionaron a mucha gente, y sirvieron para quedarse por mucho tiempo.

Esto ocurrió con la fundación. Conformada la sociedad sobre valores nobiliarios, hacían valer sus méritos ante el rey para ganar hipotéticamente algunas órdenes. Se mantenía la idea de ser fiel al rey, practicar la fe católica y afirmar las extensiones de dominio de los iberos. La política imperial hispana estaba compenetrada con la revelación cristiana. Accedía el fundador a un puesto público de elevado rango, nombró en cargos menores, desde alguaciles a secretarios, y todos ellos consideraban que adquirían los mayores honores. No todos los nobles eran ricos, pues muchos pasaban severos apuros por confiar el manejo de sus patrimonios a administradores inescrupulosos: porque no pagaban los impuestos que requería la posesión del título; las más de las veces, por los largos juicios entablados entre ellos y por distintos motivos. La comitiva acompañante de Castro y Padilla ha debido de contar con muchos de ellos que querían resarcir sus pérdidas. El mismo sufrió cuando abandonó La Plata con “gran costo de su hacienda, salud y vida”.

En cuanto se asentaron los cimientos gubernamentales y administrativos del virreinato aparecieron grupos de poder y cabecillas que obtuvieron privilegios de la Corona como compensación por el apoyo que brindaban al rey. Todo lo que pensaban era que lo ostentoso adornaba el honor con elegancia, y con símbolos de lujo y poder, los que se utilizaban en toda ocasión para consolidar la nobleza entendida por ellos.

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